23.11.13

El Fantasma de 1950 nos persigue a nosotros

Por favor, que no se tomen estas líneas como falta de admiración por la hazaña de los campeones de 1950. No seré yo quien minimice en un blog la gloria que ganaron en la cancha. Tampoco quisiera que fueran tomadas como una falta de reconocimiento y cariño a la selección que en forma tan meritoria obtuvo el cuarto puesto en Sudáfrica 2010. De mi parte, todo lo contrario.
Sin embargo, y después de tanta celebración al Fantasma del 50, no puedo dejar de decir dos frases al respecto:

a) Después de Maracaná, Brasil ganó cinco Copas del Mundo. Uruguay ninguna.

b) El Fantasma de 1950 ya no persigue a Brasil. Nos persigue a nosotros.


Brasil sacó, es evidente, las lecciones correctas de aquella dolorosa derrota. Hoy sus equipos son temidos en todas las canchas del mundo, en el campeonato que sea. Aunque su liga no pueda mover el dinero de la española o la italiana, los brasileños son la principal potencia del mundo del fútbol. Se han aburrido de ganar Copas del Mundo. Han compensado con creces Maracaná.
Nosotros, en cambio, nunca más ganamos. Desde hace 63 años vivimos recordando aquel día. Como dijo Pablo Da Silveira cuando comenté esto mismo en Twitter:


Maracaná


Tiene razón Da Silveira. Maracaná -la culpa no la tienen los campeones- nos paralizó. Nos paralizamos, y no solo en fútbol. Llevamos décadas intentando que se repita, que vuelva Maracaná, que regrese el paraíso batllista (¿existió?), que otra vez seamos los campeones del mundo, sin entender siquiera por qué aquello tan maravilloso ocurrió.
Sacamos la lección incorrecta. Mientras las selecciones brasileñas cada vez jugaban mejor, nosotros creímos que la clave de aquella hazaña fue la pelota abajo del brazo del Negro Jefe. Apostamos a la "garra charrúa" mientras se repetía que el exquisito Juan Alberto Schiaffino era un pecho frío.
Soñando con nuevos Maracaná, creímos que ganar era así de fácil y caímos cuesta abajo en la rodada. Mientras los demás daban vueltas olímpicas, mientras otros países que no sabían jugar al fútbol aprendieron, la televisión mostraba en vivo al Tano Gutiérrez apretándole el cogote a un belga y al Pato Sosa despeinando a Cristino Ronaldo.
Aunque muchos se enojaron, entendí por qué Diego Lugano mandó al diablo al Fantasma de 1950. Porque esta última selección fue la primera en mucho tiempo que quiso sacarse de encima las cadenas de todos los fantasmas que el fútbol uruguayo viene arrastrando desde hace décadas. Estos futbolistas en Sudáfrica salieron a la cancha sabiendo que ganar no es así de fácil. Que no basta con apretarle el cogote a uno, despeinar a otro, meter un planchazo y meterse la pelota abajo del brazo. Con sacrificio, fueron a hacer lo mejor posible, a ganar o perder jugando al fútbol. Y no les fue mal. Lo que lograron en África y reafirmaron en la Copa América -y que pareció replicarse en algunas selecciones juveniles-, fue una gran alegría para todos y también la esperanza de un ciclo nuevo, no atado a los errores del pasado. Babosear, festejar nuestra supuesta viveza, ganar antes de salir a la cancha, creer que los demás nos tienen miedo, pensar que estamos destinados a la gloria por destino manifiesto, todo eso es parte del viejo repertorio. Es el tango que nos hizo mal. El pozo. El fantasma que nos persigue y no nos quiere soltar.


Pato Sosa Cristiano Ronaldo




@leohaberkorn
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4.11.13

"En términos de la cultura: ¿qué importa si uno de mis 32 choznos fue charrúa?"

"Ser indio en el Uruguay". Ese era el título de una mesa redonda en la Facultad de Humanidades, en el marco de las Primeras Jornadas "Pueblos Originarios: nuevas miradas y debates en torno al pasado indígena". Fue en octubre de 2011. Para dar una idea del tenor de la actividad, una de las ponencias que presentaron ese día se titulaba: "Mujeres Charrúas rearmando el gran quillapí de la memoria".
Fue la última vez que vi al profesor Renzo Pi Hugarte. La sala donde se desarrollaron las conferencias era un aula común y corriente, no muy grande, totalmente repleta de gente. El público era "charruísta". Muchos estaban vestidos de indios: llevaban coloridas prendas del Altiplano, vinchas, camisetas estampadas con el rostro de caciques siux o piel roja.
Entre los expositores estaban los dos maestros de la antropología en Uruguay: Pi y Daniel Vidart.
Ya lo conté en una entrada anterior: Pi habló sentado en una mesita frente a todo aquel auditorio. Todo lo que dijo era todo lo que aquella gente no quería oír. Les dijo que no por vestirse de indios revivirían a la desaparecida etnia. Y que no alcanzaba con proclamarse "indio en el Uruguay" para serlo. Luego Vidart lo reafirmó a su turno con una conferencia titulada como una piña en el estómago: "No hay indios en el Uruguay contemporáneo".
Vuelvo sobre este tema porque, mientras buscaba otra cosa, encontré la grabación de aquella intervención de Pi, que creía haber perdido.
Vale la pena transcribirla. Es un ejercicio de honestidad intelectual y coraje totalmente fuera de lo común para un país que tiene demasiados intelectuales campeones de lo políticamente correcto, especialistas en cosechar aplausos de la tribuna, acomodaticios a más no poder.
La ponencia de Vidart de aquel día, de idéntica valentía, puede leerse aquí. La de Pi, que falleció el 15 de agosto de 2012, no estaba disponible hasta hoy. La reproduzco hoy aquí, gracias a la grabación encontrada.
Dijo Pi Hugarte:

"Lo que yo puedo decir todos ustedes lo saben porque lo he dicho muchas veces y lo he escrito. No siempre ha caído bien, sobre todo a aquellos que se sienten indígenas por una cuestión de corazón.
Lo que un individuo es desde el punto de vista étnico no depende exclusivamente de lo que él pueda decir que es, o creer que es. Depende también de cómo lo ven los otros. Porque sin estas dos cosas, no hay identificación étnica.
Yo he vivido tantos años en Ecuador y soy ciudadano ecuatoriano inclusive. Es un país multiétnico, multicultural, algo que la nueva Constitución ahora reconoce. Yo recuerdo una discusión que tenía con mis amigos en ese país, que me decían "somos todos ecuatorianos". Sí, es cierto, hasta yo que no nací aquí soy ecuatoriano, les respondía, pero hay salasacas, hay saraguros, hay cofanes, hay achuar. Sí, son todos ecuatorianos, pero no como ustedes, autodefinidamente blancos de clase media, universitaria. Es otra cosa.
indios uruguay Pi HugarteYo me enfrentaba con un saraguro o un salasaca y tanto yo como él sabíamos que era un saraguro o un salasaca. Porque tienen su lengua, sus tradiciones y hasta su manera de vestir distinta.
El asunto de la naturaleza étnica es una cuestión cultural. No interesa para nada en el orden de la cultura los genes que uno pueda tener, los genes no determinan nada. Esto puede ser incluso una carga lamentable del siglo XIX, cuando se pensaba que la cultura era una consecuencia de la raza, lo que llenó los museos europeos de colecciones de cráneos del mundo, porque se pensaba que dada la forma del cráneo se iba a poder determinar el tipo de cultura que esos individuos habrían generado. Hoy hemos dejado de lado todo eso, entre otras cosas porque el concepto de raza ha sido completamente devaluado científicamente y en términos de cultura nada significa.
Los países europeos ahora están sufriendo, por la gran inmigración que están teniendo, un proceso similar al que sufrieron algunos otros lugares del mundo, entre otros el Río la Plata, donde confluyeron individuos de todas partes. Realmente de todas partes y de culturas y aspectos físicos muy diversos.
Los del aspecto físico creo que es una cuestión muy menor. Siempre recuerdo a los que fueron los hermanos que no tuve en mi infancia y adolescencia ya lejanas, los García Gómez, que eran hijos de un exiliado republicano español y de la lavandera del pueblo, él perfectamente blanco y rubio y ella una mulata oscura. Los hijos de los mismos padres pueden salir con tintes diversos. Entre estos queridos amigos míos -que yo he tenido no sé si la suerte de vivir más que ellos-, la mayor, la Ñata, si uno le preguntaba qué era racialmente, ella respondía que era blanca, a pesar de que era la más oscura de los hermanos. Claro, se llamaba Blanca de nombre, porque su madre había querido "blanquearla" de esa manera. (Y ella se "blanqueó" después casándose con un italiano y tuvo hijos rubios). En cambio el hermano que era de mi edad, el más amigo mío, Fernando, era blanco como yo de piel, pero con la nariz platirrina y con motitas. Y si uno le preguntaba: Miope, ¿qué sos vos racialmente?, él decía: negro.
Entonces, la apreciación subjetiva puede ser muy variada y no da lugar a una certeza. No es por ese lado que vamos a llegar a nada. No es por ese lado. Por eso me llaman la atención algunas cosas que están en el programa de estas jornadas. Para que haya un grupo étnico tiene que haber un grupo. No tiene que haber un individuo aislado, que tenga un lejano antepasado cuya comprobación puede ser en gran medida mítica porque se basa en conversaciones de fogón y de cocina. En tanto que se borran los otros (antepasados), que sí tienen una historia concreta, un nombre concreto y una historia que se puede reconstruir perfectamente.
Todos tenemos dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 choznos. ¿Qué importa que yo haya tenido un chozno, uno de esos 32 que haya sido charrúa o minuán?  ¿Importa algo en los términos de la cultura? Ni siquiera importa lo más cercano. Yo tuve un abuelo catalán. ¿Qué tengo de catalán?  ¡Nada! Absolutamente nada. Y en esto desafío a cualquiera de ustedes que vaya a Cataluña, como a mí me pasó: fui a Cataluña y sentí que lo único que tenía era un apellido que me identificaba como tal:  no hablo la lengua, ni tengo la visión, ni los sentimientos ni las apreciaciones que un catalán crecido en Cataluña puede tener. Entonces yo insisto como he insistido siempre en el hecho de la cultura.
Suecia recogió gente perseguida de todo el mundo. No sólo había uruguayos en Suecia. Había malayos, indonesios, que físicamente son muy distintos a los suecos pero cuyos hijos aprendieron a hablar esa lengua, es la vida que han hecho. Si volvieran a Camboya o al lugar de donde salieron sus padres o sus abuelos, se sentirían totalmente perdidos, totalmente ajenos porque lo propio de ellos es el mundo y la cultura sueca que absorbieron.
Recuerdo que una guía en Versalles era descendiente de vietnamitas, con todo el aspecto físico oriental: el pelo negro chuzo, los ojos almendrados, el color atezado, la baja estatura. Y ella hablaba de la época de Luis XIV, del Rey Sol, de la época en que se había construido el palacio que se visitaba y hablaba de "nosotros".  Eso para ella era "nosotros": ella se identificaba con esa historia porque, claro, había crecido ahí. De vietnamita no tenía más que el aspecto y esto en términos de la cultura no importa absolutamente nada.
Esto yo lo he dicho muchas veces. Ha generado malestar en muchos. Recuerdo un charlista qué bombardeaba al rector de la época con notas descomunales. Una llegó a tener 45 páginas exigiéndole al rector de entonces -que era Brovetto- que me licenciara porque yo hablaba mal de los charrúas. ¡Y éste que decía eso era un criollo falsificado, un gringo chacarero de afuera recién llegado! ¡Qué me venía con cosas! Pero no, él se consideraba charrúa. Se creía charrúa no sé por qué razón, por qué historias de fogón y cocina de alguna lejana abuela. Tenía un apellido que lo identificaba perfectamente como lucano, el apellido es el nombre de un pueblo que está cerca de Potenza, y puedo hablar con todo conocimiento del hecho porque estuve allí, un pueblito bastante lindo que tiene una iglesia del siglo XIII que vale la pena verla. Si me hubiera dicho que era descendiente de italianos y qué entre sus dieciséis bisabuelos había una que era indígena, era un dato curioso y nada más. En todo lo demás, física y culturalmente, no tenía nada que ver. La última vez que lo vi se había pintado el pelo todo de rojo. No de un rojo natural, sino de un rojo forzado. Me quedé pensando si no sería una antigua cultura de guerra.
Insisto: la identificación étnica del individuo no depende sólo del individuo que dice ser esto o lo otro. depende también de cómo lo ven los otros.
Ahora, ¿qué diablos es una etnia? En la tradición cultural francesa se considera que lo definitorio de la etnia es la lengua. En la tradición intelectual alemana lo definitorio es la historia y la tradición. Ambas posiciones no son desde luego contradictorias. Es más, uno podría decir que si no se dan las dos cosas no tenemos una etnia.
Hay algo que los europeos del siglo XIX no pudieron ni siquiera sospechar. Acá en el Río de la Plata nuestra etnia es la rioplatense. Cuando yo me encontraba con mi amigo el Miope, hijo de un español y la mulata lavandera del pueblo, teníamos la misma etnia, no teníamos la misma raza tal vez. Cuando me encuentro con mi amigo Olivera Chirimini me pasa lo mismo, o con Romero Rodríguez: no tenemos la misma raza, ellos tienen un mestizaje africano. Pero sí tenemos la misma etnia: hablamos la misma lengua y tenemos las mismas tradiciones rioplatenses, nos gustan las mismas cosas: el candombe, el tango, tenemos ciertos principios éticos que se llevan nuestra conducta en la acción. Esto es lo que los europeos del siglo XIX no pudieron imaginar: se puede ser de razas distintas -si es que validamos el concepto de raza- y de etnia idéntica.
Claro que en un país como Ecuador, como les contaba, las cosas no son tan así. Porque ahí si se da una identidad entre la forma de la subraza americana y la cultura y la lengua que tiene. Un shuar no es lo mismo que un cofán: hablan lenguas tan distintas como puede ser el sánscrito del castellano, aunque tal vez tengan un origen lejano común y tengan un aspecto físico qué pueda hacerlos parecidos al menos a nuestros ojos, que tendemos a verlos más parecidos de lo que son.
No sé qué más decirles mis amigos. Tengo el temor de que estas cosas puedan llevar a una visión racista, no tenemos por qué explicar lo peligroso que es todo esto. Se ha hablado de Estados Unidos. ¿Vamos a caer en el mismo extremo, que si uno tiene uno de los cuatro abuelos de ascendencia africana necesariamente es negro? ¡Es un absurdo!"


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